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HUMANIDAD

Desde las neuronas a las nebulosas, desde el ADN hasta las distantes galaxias, estamos rodeados de maravillas. Sin embargo, la belleza está quebrantada.

El Génesis nos dice que el amante Dios separó la luz de las tinieblas y la tierra del agua, poniendo la vida en movimiento y esculpiendo al primer ser humano del polvo de la tierra. El Génesis describe el gozo y la satisfacción de Dios ante su obra, deleitándose una y otra vez porque lo creado era “bueno”. La tierra floreció en perfecta armonía, bajo el cuidado de la humanidad.

Dios celebró su obra al declarar un descanso semanal, el sábado, como día para recordar nuestra conexión con el Creador. Dios diseñó a la humanidad para que reflejara su gloria. Cada uno de nosotros refleja una faceta particular de su personalidad y carácter. La mente, el cuerpo y el espíritu. Podemos pensar, vivir y meditar. ¿El componente asombroso? La libertad.

Nuestro mismo aliento proviene de Dios, pero él nos dio la libertad de escoger, un rasgo que bien podía terminar en catástrofe. Una astuta mentira hizo que los primeros humanos cuestionaran que Dios era amante y digno de confianza. Pronto el temor, la envidia y la indiferencia dejaron su marca en el mundo. Cuando los primeros padres de la humanidad se separaron de Dios, el pecado arruinó todo lo que era bueno. Los corazones se rebelaron y el cuerpo humano se vio deteriorado. Las relaciones se arruinaron. Quedamos sin la posibilidad de llegar a Dios por nuestra cuenta: Dios tendría entonces que llegar hasta nosotros.

Y así lo hizo Dios, al enviar a su Hijo a reconstruir la relación quebrantada entre el cielo y la tierra. Dios envió a su Espíritu para restablecer la desfigurada imagen de Dios en nosotros. El Espíritu nos capacita para llegar hasta los demás, demostrando amor y representando a nuestro Salvador y Creador ante un mundo quebrantado que somos llamados a reparar.

Desde las neuronas a las nebulosas, desde el ADN hasta las distantes galaxias, estamos rodeados de maravillas. Sin embargo, la belleza está quebrantada.

El Génesis nos dice que el amante Dios separó la luz de las tinieblas y la tierra del agua, poniendo la vida en movimiento y esculpiendo al primer ser humano del polvo de la tierra. El Génesis describe el gozo y la satisfacción de Dios ante su obra, deleitándose una y otra vez porque lo creado era “bueno”. La tierra floreció en perfecta armonía, bajo el cuidado de la humanidad.

Dios celebró su obra al declarar un descanso semanal, el sábado, como día para recordar nuestra conexión con el Creador. Dios diseñó a la humanidad para que reflejara su gloria. Cada uno de nosotros refleja una faceta particular de su personalidad y carácter. La mente, el cuerpo y el espíritu. Podemos pensar, vivir y meditar. ¿El componente asombroso? La libertad.

Nuestro mismo aliento proviene de Dios, pero él nos dio la libertad de escoger, un rasgo que bien podía terminar en catástrofe. Una astuta mentira hizo que los primeros humanos cuestionaran que Dios era amante y digno de confianza. Pronto el temor, la envidia y la indiferencia dejaron su marca en el mundo. Cuando los primeros padres de la humanidad se separaron de Dios, el pecado arruinó todo lo que era bueno. Los corazones se rebelaron y el cuerpo humano se vio deteriorado. Las relaciones se arruinaron. Quedamos sin la posibilidad de llegar a Dios por nuestra cuenta: Dios tendría entonces que llegar hasta nosotros.

Y así lo hizo Dios, al enviar a su Hijo a reconstruir la relación quebrantada entre el cielo y la tierra. Dios envió a su Espíritu para restablecer la desfigurada imagen de Dios en nosotros. El Espíritu nos capacita para llegar hasta los demás, demostrando amor y representando a nuestro Salvador y Creador ante un mundo quebrantado que somos llamados a reparar.

La creación

Dios creó a nuestro mundo con creatividad brillante y tierno cuidado. Creó a la humanidad para que cuidara y se deleitara en el planeta, y para que el resto de la creación gozara de un equilibrio perfecto.

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La naturaleza del hombre

Aunque moldeado a la imagen de Dios, el ser humano, ahora quebrantado por el pecado, necesitó de un Salvador perfecto para experimentar la reconciliación. El Espíritu restaura el reflejo de Dios en nosotros para que Dios pueda obrar por nuestro medio.

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Església Adventista del Setè Dia